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Los últimos atardeceres del verano: La melancolía y el disfrute toman las terrazas y parques de Palermo

Marzo avanza y el verano comienza a despedirse. Aunque el calor aún se siente, los días son más cortos y en el aire flota una sutil melancolía. Es la época en que los porteños buscan exprimir los últimos atardeceres al aire libre, y los rooftops, los parques y las veredas de Palermo se convierten en el escenario de este ritual de disfrute y nostálgica despedida.
Hay una luz particular en los atardeceres de principios de marzo. Es una luz más dorada, más suave, que tiñe el cielo de Buenos Aires con tonos anaranjados y rosados, y que anuncia, de manera poética, que el verano está llegando a su fin. Esta percepción, casi imperceptible pero profundamente sentida, genera un cambio en el estado de ánimo colectivo. Surge una suerte de urgencia por disfrutar de los últimos vestigios de la temporada estival, y Palermo, con su inigualable oferta de espacios al aire libre, se convierte en el lugar elegido para llevar a cabo este ritual de despedida.
Las terrazas y rooftops del barrio viven su último gran momento de esplendor. Después de una temporada de alta demanda, estos espacios se vuelven el escenario perfecto para el “último trago del verano”. Grupos de amigos se reúnen para un after office que se siente diferente, más especial. La conversación gira en torno a las vacaciones que ya pasaron y a los proyectos para el año que ya está en plena marcha. Hay una atmósfera de balance, de cierre de ciclo. Los cócteles frescos, como el Aperol Spritz o el gin tonic, se disfrutan con un dejo de nostalgia, sabiendo que pronto serán reemplazados por bebidas más invernales. “Nos encanta venir a esta terraza en marzo. El clima es perfecto, no hace el calor agobiante de enero, y ver el atardecer sobre la ciudad desde acá es la mejor forma de despedir el verano. Tiene algo de melancólico, pero es una melancolía linda”, comparte una joven en un bar de Palermo Hollywood.
Los parques del barrio también se llenan de gente que busca atesorar las últimas horas de luz y calor. Los Bosques de Palermo y la Plaza Las Heras se convierten en el destino de quienes quieren hacer el último picnic de la temporada, de las parejas que buscan un paseo romántico al atardecer o de los deportistas que aprovechan las últimas tardes de entrenamiento con buena temperatura. El césped se puebla de lonas, de rondas de mate y de la música suave que sale de algún parlante portátil. Es un disfrute más consciente, menos eufórico que el de enero, un disfrute que valora cada minuto de sol sabiendo que es un bien escaso que pronto entrará en receso.
Incluso la gastronomía de vereda adquiere un nuevo significado. Cenar al aire libre en una noche de marzo, con una temperatura agradable que apenas requiere un abrigo ligero, se vive como un pequeño lujo, como una oportunidad que quizás no se repita hasta dentro de varios meses. Esta sensación de “última vez” impregna el ambiente y le da un valor adicional a cada experiencia. Es la forma que tienen los porteños de despedirse de su estación favorita, de agradecerle por los momentos vividos y de prepararse para el cambio de ciclo. Y Palermo, con su belleza urbana y su vibrante vida social, ofrece el mejor de los escenarios para este dulce y melancólico adiós.
