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La Natividad gritó Campeón: La nueva generación conquistó Palermo en una final inolvidable

En un partido que quedará en la historia por su intensidad y por el cambio de era que representa, La Natividad venció a La Dolfina y se consagró campeón del 131° Abierto Argentino de Polo. Con una actuación estelar de los hermanos Castagnola y la solidez de sus experimentados compañeros, el equipo de Cañuelas se alzó con la gloria máxima en una “Catedral del Polo” que vibró ante el mejor espectáculo del mundo.
El cielo de Palermo fue testigo de una nueva página en la historia grande del polo mundial. La final del Abierto Argentino, el trofeo más anhelado, tuvo todos los condimentos de un clásico moderno: dos equipos de 40 goles de hándicap, una rivalidad que trasciende lo deportivo para meterse en lo familiar, y un nivel de juego que por momentos pareció desafiar las leyes de la física. Al final de ocho chukkers de una batalla épica, fue La Natividad quien levantó la copa, venciendo a La Dolfina en un encuentro que se sintió como una verdadera transferencia de mando. La nueva generación, liderada por los hermanos Bartolomé y Camilo “Jeta” Castagnola, demostró que su tiempo no es el futuro, sino el más rabioso presente, conquistando el corazón del público y la gloria en la mítica cancha 1.
El partido fue un espectáculo de principio a fin, una demostración de por qué el Abierto de Palermo es incomparable. La Dolfina, con la experiencia y la mística de Adolfo Cambiaso, buscó imponer su juego de control y pases cortos. Pero se encontró con un rival voraz, lleno de energía y con una velocidad endiablada. La Natividad, apoyado en la increíble capacidad goleadora de “Jeta” Castagnola y la conducción de jugadores de la talla de Facundo Pieres y Pablo Mac Donough, planteó un partido de ida y vuelta, con ataques rápidos y una defensa agresiva. Los primeros chukkers fueron de una paridad absoluta, con ambos equipos intercambiando goles y sin darse respiro. El público, que colmó las tribunas, fue testigo de taqueos imposibles, corridas espectaculares y una destreza ecuestre que solo se puede ver en este nivel de competencia.
El quiebre del partido llegó en la segunda mitad. Fue allí donde La Natividad, con una combinación letal de juventud y experiencia, logró imponer su ritmo. La velocidad de sus caballos y la precisión de sus jugadores para encontrar al compañero libre comenzaron a desarticular la defensa de La Dolfina. Un par de goles consecutivos abrieron una brecha en el marcador que, a esa altura del partido y con el cansancio acumulado, se sintió como una ventaja decisiva. A pesar de los intentos de La Dolfina por remontar, La Natividad mostró una madurez admirable para controlar el juego en los minutos finales, asegurar la posesión de la bocha y dejar que el reloj hiciera su trabajo. El sonido de la campana final desató el festejo contenido, una explosión de alegría verde y blanca en el centro del campo.
La consagración de La Natividad no es solo un título más; es la confirmación de un nuevo orden en el polo mundial. Es el triunfo de un proyecto que comenzó hace pocos años y que, a base de talento, trabajo y una ambición arrolladora, ha logrado destronar a la hegemonía que La Dolfina mantuvo durante más de una década. La imagen de los jóvenes hermanos Castagnola levantando la copa, la misma que su padre “Lolo” levantó tantas veces, es un símbolo poderoso del recambio generacional. Para Palermo, la final fue la culminación de una temporada espectacular, un evento que llenó sus hoteles y restaurantes, y que reafirmó su estatus como la capital global de un deporte que combina como ningún otro la pasión, la elegancia y la adrenalina.
