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Música entre rosales: un ciclo acústico en el corazón verde de Palermo
Durante la última semana de febrero, un ciclo de conciertos acústicos tomó por sorpresa a los paseantes del Parque Tres de Febrero.

El atardecer en el Rosedal tiene su propia música. No hubo escenario formal ni publicidad masiva: los encuentros fueron compartidos de boca en boca, a través de redes sociales o carteles discretos pegados en árboles y postes. Pero la convocatoria fue contundente.
Entre rosales, bancos de madera y senderos curvos, la música encontró su lugar. A eso de las seis de la tarde comenzaban a llegar guitarras, cajones, violines y voces. Algunos músicos tocaban por puro disfrute, otros venían organizados por colectivos culturales barriales que decidieron apropiarse del espacio público desde el arte.
El ciclo surgió de manera espontánea. Un grupo de vecinos músicos —algunos profesionales, otros autodidactas— empezó a encontrarse en el Rosedal para ensayar y compartir. A medida que pasaban los días, la propuesta creció: se sumaron cantantes líricos, artistas de jazz, percusionistas, compositores experimentales y hasta un dúo de tango acústico que cantó en la glorieta bajo una lluvia leve que no ahuyentó a nadie.
Lo mágico de estas tardes fue la fusión entre naturaleza, arte y comunidad. Familias con chicos, personas mayores con reposeras, ciclistas que frenaban, corredores que se quedaban a escuchar. Nadie esperaba un espectáculo, y sin embargo, lo que ocurría era justamente eso: una escena viva y colectiva, sin tickets ni estructura, donde la música tejía vínculos entre desconocidos.
La calidad de las presentaciones sorprendió incluso a los más exigentes. Hubo versiones íntimas de Charly García, composiciones propias con letra urbana, zambas santiagueñas y sesiones de improvisación instrumental. Los artistas pasaban una caja para quien quisiera colaborar, pero no era condición. La mayoría tocaba por el placer de compartir, por sentir que el arte también puede florecer fuera de los escenarios tradicionales.
Los conciertos concluyeron el viernes 3 de marzo con una ronda final a la luz de las linternas de los celulares. Ese cierre simbólico reunió a muchos de los músicos que participaron en días anteriores, que tocaron y cantaron de manera conjunta. La noche cayó despacio sobre Palermo y dejó una estela de guitarras afinadas, voces en coro y aplausos suaves que se confundían con el sonido de las hojas.
La experiencia no terminó ahí. Según adelantaron los organizadores, ya están preparando un segundo ciclo para otoño, con el mismo espíritu libre y colaborativo. Porque cuando hay arte y voluntad, el pasto también puede ser escenario, el cielo techo, y la comunidad, público y protagonista a la vez.
