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El boom de la construcción en Palermo: El debate entre la modernidad de las torres y la defensa del patrimonio barrial

Caminar por Palermo es asistir a una clase de urbanismo en tiempo real. En una misma cuadra pueden convivir una casa “chorizo” de principios del siglo XX, un edificio de estilo racionalista de los años 50 y una imponente torre de cristal de última generación a punto de ser inaugurada. Esta superposición de estilos es parte del encanto del barrio, pero también la evidencia de una tensión constante entre el pasado y el futuro. En los últimos años, el boom de la construcción, impulsado por la búsqueda de ladrillos como refugio de valor y la alta demanda de vivienda en la zona, ha acelerado esta transformación, generando un debate cada vez más intenso entre los vecinos.
El motor de este fenómeno es la alta rentabilidad del metro cuadrado en Palermo, uno de los más caros de la ciudad. Las desarrolladoras inmobiliarias buscan adquirir lotes, a menudo demoliendo casas antiguas o edificios bajos, para construir torres de perímetro libre que maximizan la cantidad de unidades vendibles. Estos nuevos edificios atraen a un público de alto poder adquisitivo con la promesa de amenities de lujo: piscina, gimnasio, SUM (Salón de Usos Múltiples), seguridad 24 horas y cocheras. Desde el punto de vista del desarrollo urbano, estos proyectos densifican la ciudad, trayendo más habitantes y actividad económica a zonas ya consolidadas y con buena infraestructura de servicios.
Sin embargo, esta densificación tiene su contracara. Para los vecinos de las casas o edificios linderos, el inicio de una obra de gran envergadura significa el comienzo de años de padecimientos: ruidos molestos a toda hora, polvo en el ambiente, camiones que bloquean la calle y la constante vibración que a menudo provoca rajaduras y daños en las propiedades vecinas. Pero la consecuencia más permanente es la pérdida de luz solar y la alteración de las corrientes de aire. Una torre de 20 pisos puede proyectar una sombra que condena a la oscuridad perpetua a los patios y jardines de las casas bajas que la rodean.
A esto se suma la preocupación por la preservación del patrimonio arquitectónico. Organizaciones de defensa del patrimonio y grupos de vecinos luchan para proteger las “casas chorizo”, los petit hotels de estilo francés y los edificios racionalistas que definen la identidad de ciertas áreas de Palermo. Denuncian que el Código Urbanístico, si bien protege ciertos edificios catalogados, es a menudo demasiado permisivo, permitiendo demoliciones que borran la historia y la memoria del barrio en pos del negocio inmobiliario. “Cada casa antigua que se demuele es una pérdida irreparable. Se pierde la escala humana del barrio, la calidad de la arquitectura, la historia de las familias que vivieron ahí. Se reemplaza por edificios genéricos que podrían estar en cualquier ciudad del mundo”, lamenta un integrante de una ONG vecinal.
El debate está planteado. Por un lado, la lógica del mercado y la necesidad de una ciudad que crece. Por otro, el deseo de los vecinos de preservar un estilo de vida y una identidad que consideran un valor único. Encontrar un modelo de desarrollo que permita la renovación sin destruir el patrimonio, que densifique sin saturar y que respete la historia mientras construye el futuro, es el desafío más grande que enfrenta Palermo en su constante y vertiginosa transformación.
