Buenos Aires, 28/08/2025, edición Nº 971
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Actualidad y Comunidad

El carnaval Porteño cierra con los corsos de Palermo

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Al ritmo de los bombos y los platillos, el carnaval porteño vive su último fin de semana de festejos. Los corsos, que durante todo febrero llenaron de color y alegría distintas esquinas de la ciudad, tienen en Palermo una de sus paradas más concurridas, con murgas históricas del barrio que despliegan su crítica social y su baile contagioso.

Febrero es sinónimo de carnaval, y aunque Buenos Aires no tiene la tradición de otras ciudades latinoamericanas, celebra su propia versión, más barrial, más crítica y con una fuerte identidad porteña. Son los corsos, esa fiesta popular que cada fin de semana del mes corta las calles y las llena del sonido inconfundible de los bombos con platillo. Este fin de semana, el carnaval 2025 llega a su fin, y Palermo es uno de los escenarios elegidos para la despedida, con sus murgas desplegando todo su colorido y su mensaje.

El corso de Palermo, que suele realizarse en las inmediaciones del Parque Las Heras o en alguna avenida designada, es uno de los más convocantes de la ciudad. Atrae a miles de vecinos, familias con niños y turistas que se acercan a disfrutar de un espectáculo gratuito y al aire libre. La estructura es simple: un escenario donde se presentan las murgas, un vallado que delimita el “escenario” de la calle por donde desfilan, y un público que se agolpa a los costados, participa, canta y juega con la clásica espuma de carnaval.

El corazón de la fiesta son las murgas. Estos conjuntos, que ensayan durante todo el año en clubes y plazas del barrio, son mucho más que un grupo de baile. Son organizaciones sociales y culturales con un fuerte arraigo en su comunidad. Cada murga tiene su propia identidad, sus colores, su estilo de baile y, sobre todo, sus canciones. Las letras, que se renuevan cada año, son una crónica cantada de la realidad del país y del barrio. Con ironía, humor y una fuerte dosis de crítica social, las murgas repasan los acontecimientos del último año, cuestionan a los políticos y reflexionan sobre los problemas cotidianos de la gente. El director, con su galera y su levita, es el encargado de guiar al grupo y de presentar cada canción.

El baile es el otro gran protagonista. El característico paso murguero, con sus saltos, patadas al aire y contorsiones, es una explosión de energía y alegría. Los trajes, llenos de apliques, lentejuelas y colores brillantes, son una obra de arte en sí mismos, confeccionados artesanalmente por los propios integrantes de la murga a lo largo de todo el año. El sonido del bombo con platillo, la base rítmica de la murga, es un llamado hipnótico que invita a moverse y a participar.

El carnaval porteño es una fiesta de resistencia. Nació en los márgenes de la ciudad y ha sobrevivido a prohibiciones y a la indiferencia, manteniendo viva una de las expresiones más auténticas de la cultura popular. En un barrio como Palermo, a menudo asociado con las tendencias más modernas y globales, la presencia del corso es un recordatorio de la importancia de las tradiciones barriales y de la cultura como herramienta de expresión y de encuentro comunitario. Con el último desfile de este fin de semana, se apagan los bombos hasta el próximo año, dejando en el aire el eco de una fiesta que es pura identidad porteña.

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