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El glamour y los trastornos de ser el barrio favorito de las productoras

Calles cortadas, camiones de producción, luces de cine y la ocasional aparición de un actor famoso. Para los vecinos de Palermo, toparse con un set de filmación es parte del paisaje cotidiano. El barrio se ha consolidado como la locación preferida de la industria audiovisual, una realidad que trae beneficios económicos y un toque de glamour, pero también no pocos dolores de cabeza para la vida diaria de sus residentes.
Es una escena que cualquier vecino de Palermo reconoce al instante. Al doblar una esquina, un despliegue inusual de conos naranjas, cables gruesos sobre la vereda, un catering improvisado y un grupo de técnicos dando órdenes. Es la señal inequívoca de que se está filmando. Ya sea para una publicidad de alcance internacional, una serie de una plataforma de streaming o una película de cine nacional, las calles, plazas y fachadas de Palermo son el escenario más cotizado de Buenos Aires. Esta simbiosis entre el barrio y la industria audiovisual es un fenómeno que define parte de su identidad y que genera una relación de amor-odio entre quienes lo viven a diario.
La elección de Palermo como locación principal no es casual. Su versatilidad es única. Las productoras pueden encontrar en pocas cuadras una enorme diversidad de estéticas: las calles empedradas y las casas bajas de estilo “chorizo” de Palermo Viejo ofrecen un aire de barrio tradicional y bohemio; los modernos edificios con amenities de Palermo Nuevo dan un look corporativo y sofisticado; los lofts y galpones reciclados de Palermo Hollywood proveen un ambiente industrial y creativo; y los parques y boulevares aportan el verde y la elegancia que muchas historias requieren. A esta riqueza visual se suma una ventaja logística: en el barrio y sus alrededores se concentra una gran cantidad de productoras, casas de alquiler de equipos y agencias de casting, lo que simplifica enormemente la producción.
Esta actividad constante genera un círculo virtuoso para la economía local. Los rodajes inyectan dinero de forma directa: se pagan permisos a la Ciudad, se alquilan locaciones a vecinos particulares (casas, departamentos, locales), se contratan extras y personal técnico de la zona, y se consume en los comercios del barrio, desde los cafés que proveen el desayuno al equipo hasta los restaurantes que reciben al elenco al final de la jornada. Además, la aparición del barrio en producciones de alcance global funciona como una formidable y gratuita campaña de marketing turístico, atrayendo a visitantes que quieren conocer las esquinas que vieron en sus series favoritas.
Sin embargo, no todo es glamour. Para el residente, un rodaje puede ser sinónimo de caos. El principal trastorno es el corte de calles, que genera embotellamientos y obliga a los vecinos a buscar rutas alternativas. La reserva de espacios para estacionamiento por parte de la producción, que a menudo ocupa una cuadra entera, es otro de los grandes focos de conflicto, desatando la furia de los conductores locales.
A esto se suman las molestias por el ruido de los generadores, el movimiento constante de equipos y las restricciones para circular libremente por la propia vereda. “Está bueno ver que el barrio es un polo creativo, pero a veces es insoportable. Te cierran la calle sin aviso, no podés entrar el auto a tu cochera. Siento que a veces se prioriza más a la filmación que al vecino que paga sus impuestos”, se queja una vecina de la zona de Plaza Armenia. Encontrar el equilibrio entre fomentar una industria que genera trabajo y proteger la calidad de vida de los residentes es el gran desafío que enfrenta Palermo, el barrio que vive, permanentemente, bajo los reflectores.
