Buenos Aires, 28/08/2025, edición Nº 971
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Actualidad y Comunidad

El silencio después de la Fiesta: Palermo en el día más tranquilo y desolado del año

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No hay bocinazos, ni sirenas, ni el murmullo constante de la gente. El 1 de enero, Buenos Aires se transforma en una ciudad fantasma, y Palermo, habitualmente el barrio más ruidoso y vibrante, ofrece una postal insólita de calma y silencio. Es el día de la gran resaca colectiva, una jornada para caminar por el medio de la calle y redescubrir el barrio en su versión más despojada.

Después de la euforia y el estruendo de la medianoche, llega la calma. Una calma absoluta, casi irreal. El 1 de enero es, por una abrumadora diferencia, el día más silencioso del calendario porteño. Es el único día del año en que la ciudad que nunca duerme parece tomarse un profundo y merecido descanso. Y en ningún lugar es este contraste tan impactante como en Palermo. Las avenidas que 24 horas antes estaban colapsadas por el tránsito y la gente, como Santa Fe, Libertador o Juan B. Justo, amanecen completamente desiertas, ofreciendo una perspectiva inédita de la arquitectura y el paisaje urbano.

Caminar por Palermo un 1 de enero es una experiencia casi surrealista. Se puede cruzar la Avenida Santa Fe sin mirar, pararse en medio de la calzada para sacar una foto o escuchar el eco de los propios pasos rebotando en las fachadas de los edificios. Las persianas de los comercios están bajas, los cafés tienen las sillas apiladas y las calles de Palermo Soho, normalmente un hervidero de turistas y compradores, lucen vacías, como un decorado de cine esperando a que lleguen los actores. El silencio es el gran protagonista, interrumpido apenas por el trino de los pájaros en los árboles o el zumbido lejano de un aire acondicionado.

Los pocos que se aventuran a la calle son, en su mayoría, turistas desorientados que buscan un lugar abierto para comer, o vecinos que sacan a pasear a sus perros en una atmósfera de paz inusual. La ciudad pertenece a los que caminan. Los parques y plazas, aunque con menos gente que un domingo normal, se convierten en el refugio de quienes buscan empezar el año al aire libre. Son postales de calma: una pareja leyendo en un banco del Rosedal, una familia haciendo un picnic improvisado, o alguien simplemente durmiendo una siesta sobre el césped.
La actividad comercial es prácticamente nula.

Salvo por algunas farmacias de turno, un puñado de kioscos y algún café que abre valientemente por la tarde, la ciudad está en pausa. Para los pocos gastronómicos que deciden abrir, generalmente por la noche, es una apuesta que puede salir bien, ya que capitalizan la escasa oferta disponible para un público que busca una opción para no tener que cocinar. El transporte público funciona con la frecuencia de un día domingo, pero con una cantidad de pasajeros ínfima.

Este gran silencio colectivo funciona como un reseteo. Es la resaca física y emocional después de la intensidad de diciembre. Es el punto cero a partir del cual el año comienza a tomar ritmo. La ciudad aprovecha para tomar una bocanada de aire antes de que, al día siguiente, el ruido de los despertadores, las bocinas y la rutina vuelvan a adueñarse de las calles. El 1 de enero en Palermo es una experiencia efímera y extraña, la oportunidad única de ver al barrio más frenético de Buenos Aires en un estado de quietud absoluta.

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