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La ‘Casa Chorizo’, el tesoro arquitectónico de Palermo que lucha por sobrevivir

Son una de las postales más características de Palermo Viejo. Las “casas chorizo”, con sus fachadas ornamentadas, sus patios internos y sus habitaciones en hilera, representan un capítulo fundamental de la historia arquitectónica y social de Buenos Aires. Hoy, estas joyas patrimoniales enfrentan la presión del boom inmobiliario y la difícil tarea de adaptarse a la vida moderna sin perder su esencia.
Para entender el alma de Palermo, hay que mirar más allá de las torres de lujo y las vidrieras de diseño. Hay que adentrarse en sus calles empedradas y detenerse a observar esas construcciones largas y angostas, con sus zaguanes, sus techos altos y sus patios llenos de plantas. Son las “casas chorizo”, la tipología de vivienda que definió el paisaje de Buenos Aires entre fines del siglo XIX y principios del XX, y que en Palermo encuentra algunos de sus ejemplos más bellos y mejor conservados. Estas casas son mucho más que una simple construcción; son un testimonio de la época de la gran inmigración, un reflejo de un estilo de vida y un patrimonio que hoy lucha por sobrevivir frente a la voracidad del desarrollo inmobiliario.
El nombre “casa chorizo” responde a su particular distribución. Construidas en lotes angostos y profundos, las habitaciones se disponen una detrás de la otra, en hilera, conectadas entre sí y ventilando a un patio lateral que recorre gran parte del terreno. Este patio era el corazón de la casa: el lugar de reunión familiar, el espacio de juego de los niños y el pulmón verde que garantizaba la luz y el aire en todos los ambientes. Las fachadas solían ser de inspiración italiana o francesa, con molduras, ornamentos y carpinterías de madera que demostraban el oficio de los artesanos de la época.
En Palermo, especialmente en la zona de Palermo Viejo (hoy parte de Soho y Hollywood), estas casas fueron el hogar de las familias de inmigrantes y trabajadores que poblaron el barrio. Con el tiempo, muchas de ellas fueron abandonadas o subdivididas en precarios conventillos. Sin embargo, a partir de la década de los 90, el barrio experimentó un proceso de revalorización, y las casas chorizo comenzaron a ser redescubiertas por arquitectos, artistas y diseñadores, que vieron en ellas un enorme potencial. Se inició así un proceso de reciclaje y puesta en valor.
El desafío de intervenir una casa chorizo es complejo. Se busca conservar los elementos originales de valor –como los pisos de pinotea, las aberturas de madera, las baldosas calcáreas o las molduras de yeso– y al mismo tiempo, adaptarlas a las necesidades de la vida contemporánea. La principal dificultad suele ser la conexión de los espacios y la creación de cocinas y baños más amplios y funcionales. Los arquitectos suelen recurrir a soluciones como la integración de la cocina al patio con cerramientos de vidrio, la creación de entrepisos para ganar superficie o la eliminación de algunas paredes internas para generar ambientes más fluidos, siempre con el objetivo de no traicionar la esencia de la tipología original.
Hoy, estas casas recicladas albergan no solo viviendas familiares, sino también locales comerciales, galerías de arte, estudios de diseño y algunos de los restaurantes más encantadores del barrio. Sin embargo, la amenaza de la demolición es constante. La presión inmobiliaria por liberar lotes para construir edificios en altura es enorme, y muchas de estas joyas arquitectónicas, si no están debidamente catalogadas y protegidas por la ley de patrimonio, corren el riesgo de desaparecer. Preservar las casas chorizo no es un acto de nostalgia, es una decisión de política urbana que busca proteger la identidad, la historia y la escala humana de un barrio que se resiste a perder su memoria.
