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La historia oculta de Palermo: Por qué el barrio más grande y famoso de la ciudad se llama así
El nombre del barrio más extenso de Buenos Aires no tiene su origen en la moda ni en el marketing, sino en una historia de casi 450 años

Es sinónimo de vanguardia, diseño y vida nocturna. Sin embargo, el nombre del barrio más extenso de Buenos Aires no tiene su origen en la moda ni en el marketing, sino en una historia de casi 450 años que mezcla la tenacidad de un inmigrante siciliano, la devoción a un santo afrodescendiente y el sueño de un presidente de construir un “París” en Sudamérica.
Caminar por Palermo hoy es sumergirse en un universo de estímulos. Cafés de especialidad con baristas que explican el origen del grano, boutiques de diseño de autor con prendas únicas, productoras audiovisuales en pleno rodaje y una oferta gastronómica que abarca todos los sabores del mundo. Palermo es la marca registrada de la modernidad porteña, el barrio que nunca duerme y que siempre parece estar un paso adelante.
Sin embargo, debajo de esta vibrante capa de presente, yace una historia profunda y, para muchos, desconocida, que explica el porqué de su nombre. Lejos de cualquier connotación de realeza o glamour italiano, el nombre “Palermo” es el legado de un inmigrante pionero y un testimonio de la diversidad cultural que forjó a Buenos Aires desde sus mismos inicios.
Para entenderlo, hay que viajar en el tiempo hasta finales del siglo XVI, poco después de la segunda fundación de Buenos Aires por Juan de Garay en 1580. La incipiente aldea era apenas un puñado de manzanas alrededor de la actual Plaza de Mayo. Todo lo que se extendía más allá era campo abierto, una vasta llanura conocida como la “pampa húmeda”.
Las tierras que hoy conforman el barrio eran parajes rurales, anegadizos y cubiertos de montes de sauces, en las afueras del ejido urbano. En ese reparto original de tierras que hizo Garay, una de esas parcelas, o “suertes de chacras”, le fue adjudicada a un inmigrante recién llegado de Sicilia: Juan Domínguez Palermo. Como era costumbre en la época, su apellido, ligado a su ciudad de origen, terminó por bautizar a sus posesiones. La gente comenzó a referirse a esa zona alejada y campestre como “las tierras de Palermo” o, más comúnmente, “el pago de Palermo”.
Décadas más tarde, ya en el siglo XVII, el nombre se consolidaría a través de un acto de fe que revela una faceta fascinante y a menudo olvidada de la historia porteña. En sus tierras, la familia Palermo mandó a construir una pequeña capilla y un oratorio. El santo elegido para su advocación no fue uno de los tradicionales santos europeos, sino San Benito de Palermo.
San Benito, conocido como “el Moro” por el color de su piel, fue un fraile franciscano nacido en Sicilia en el siglo XVI, hijo de esclavos africanos. Su humildad y su fama de santidad lo convirtieron en una figura de enorme devoción, especialmente entre la comunidad afrodescendiente, que en la Buenos Aires colonial era muy numerosa.
La capilla en honor a este santo negro se convirtió en un punto de referencia religioso y social, y el nombre del paraje, “Palermo”, quedó sellado para siempre, ligado ya no solo al apellido del terrateniente, sino también a la fe de una comunidad que encontraba en ese santo un símbolo de representación y esperanza.
El gran salto de Palermo de paraje rural a barrio integrado a la ciudad llegaría en el siglo XIX, de la mano de un proyecto visionario y monumental. Domingo Faustino Sarmiento, durante su presidencia, y fascinado por los grandes parques urbanos europeos como el Bois de Boulogne en París, impulsó la creación del Parque Tres de Febrero en los antiguos terrenos que habían pertenecido a Juan Manuel de Rosas.
Fue una obra de ingeniería y paisajismo sin precedentes, que implicó la forestación de cientos de hectáreas, la creación de lagos artificiales y el diseño de jardines y paseos. Este proyecto no solo le dio al barrio su inmenso pulmón verde, sino que lo posicionó como una zona de esparcimiento y prestigio, atrayendo a las familias de la aristocracia porteña que comenzaron a construir sus quintas y palacetes en los alrededores.
Esa historia rica y compleja es la que explica la diversidad actual del barrio. El Palermo de hoy no es uno, sino muchos. El mercado inmobiliario y el ingenio popular se han encargado de “balcanizarlo” en una infinidad de sub-barrios no oficiales con identidades propias: el Palermo Viejo, con sus casas chorizo y su aire de arrabal; el Soho, epicentro del diseño y la moda; el Hollywood, polo de las productoras audiovisuales; el Chico, residencial y exclusivo; y tantos otros. Cada uno de estos “palermos” cuenta una parte de la historia, desde el pasado rural del inmigrante siciliano y la devoción al santo negro, hasta el sueño parisino de Sarmiento y la vorágine trendy del siglo XXI.
