Actualidad y Comunidad
Moverse por Palermo en la semana de navidad, un desafío para el Transporte Público y la paciencia

El tránsito en Buenos Aires siempre es complicado, pero en la semana previa a la Navidad, en Palermo, se transforma en una verdadera prueba de resistencia. Colectivos que no avanzan, subtes desbordados y tarifas de aplicaciones por las nubes conforman un panorama de colapso que pone en jaque la movilidad de miles de personas.
Es la última semana hábil antes de la Nochebuena y moverse por Palermo se ha convertido en una odisea. La combinación de las compras de último momento, las últimas despedidas de año y el movimiento habitual del barrio ha generado un cóctel de congestión que lleva al límite la infraestructura del transporte y la paciencia de los ciudadanos. Ya sea en auto particular, en colectivo, en subte o intentando conseguir un vehículo de aplicación, cada traslado se convierte en una aventura de final incierto, demostrando la extrema vulnerabilidad del sistema de movilidad de la ciudad ante los picos de demanda.
En la superficie, el panorama es de parálisis. Avenidas como Santa Fe, Scalabrini Ortiz o Juan B. Justo se convierten, especialmente en las horas de la tarde, en gigantescos estacionamientos a cielo abierto. La velocidad promedio de circulación se reduce a paso de hombre. El principal factor, además del enorme volumen de vehículos, es la indisciplina: autos estacionados en doble fila por “cinco minutos” que se eternizan, camionetas de reparto descargando mercadería en horas pico y un uso indiscriminado de las bocinas que solo añade contaminación sonora al caos. Los colectivos, repletos de pasajeros, quedan atrapados en el mismo embotellamiento, y un viaje que normalmente tomaría quince minutos puede llegar a demorar más de una hora. “Salí de mi casa con una hora y media de anticipación para llegar a una reunión y creo que no llego. Es imposible. Estamos todos parados hace veinte minutos en la misma cuadra”, se lamenta una pasajera a bordo de un colectivo en la Avenida Córdoba.
Bajo tierra, la situación no es mucho mejor. La Línea D del subte, la columna vertebral que conecta Palermo con el centro, vive jornadas de saturación extrema. En las horas pico, los andenes de estaciones como Plaza Italia, Scalabrini Ortiz o Pueyrredón se llenan a un nivel que roza el peligro. Ingresar a una formación se convierte en una proeza física, y el viaje se realiza en condiciones de hacinamiento y calor agobiante. Los usuarios frecuentes notan una merma en la frecuencia entre trenes, lo que agrava aún más la acumulación de gente en las estaciones.
Ante este panorama, muchos recurren a las aplicaciones de movilidad como Uber o Cabify, pero se encuentran con otra barrera: la tarifa dinámica. Durante los momentos de mayor demanda, los precios de los viajes se multiplican por dos, tres o incluso más, convirtiendo un trayecto corto en un gasto prohibitivo para la mayoría. A esto se suma la larga espera para que un conductor acepte el viaje y el tiempo adicional que tardará en llegar al punto de partida en medio del tránsito. En este contexto, las opciones más eficientes terminan siendo las más simples: la bicicleta, para quienes se animan a sortear el caos vehicular, y la caminata. Para el resto, la única alternativa es armarse de una dosis extra de paciencia y entender que, en esta semana, el tiempo en Palermo parece transcurrir a otra velocidad, mucho más lenta.
