Gastronomía y Bares
Palermo, desbordado por el pico de las despedidas de fin de año

Es martes pero se siente como un sábado. Las calles de Palermo Hollywood y Soho son un hervidero de gente, los restaurantes no tienen una sola mesa libre y el sonido de los brindis se escapa por cada puerta. Es la temporada alta de las “despedidas”, un fenómeno social que convierte al barrio en el epicentro de la celebración y pone a prueba la paciencia de los vecinos y la capacidad del sector gastronómico.
Si existe un epicentro del ritual de fin de año porteño, sin dudas es Palermo.
Durante esta segunda semana de diciembre, el barrio ha alcanzado su punto máximo de ebullición social. La tradición de organizar una cena o un encuentro para despedir el año con cada grupo de pertenencia –los compañeros de la oficina, los amigos del club, las mamás del colegio, los exalumnos– ha convertido las noches del barrio en una fiesta continua y multitudinaria. La demanda de espacios es tan abrumadora que ha borrado las fronteras entre los días de semana y el fin de semana. Un martes o un miércoles por la noche en Palermo ahora tienen la misma intensidad, el mismo ruido y el mismo movimiento que un viernes o un sábado. Para los gastronómicos es una bendición económica; para los residentes, un desafío a la convivencia.
Desde la perspectiva de los restaurantes y bares, estas dos semanas son una verdadera maratón logística. La clave es la organización. Los locales con salones privados o sectores que pueden ser reservados para grupos grandes son los más cotizados y tienen sus agendas completas desde octubre. La estrategia de la mayoría es ofrecer menús fijos con diferentes rangos de precios, una fórmula que simplifica la operación en la cocina y en el servicio, y que le da previsibilidad tanto al cliente como al comerciante.
“Es imposible manejar la demanda de otra manera. Con los menús por pasos, la cocina puede trabajar de forma ordenada y el servicio es más fluido. Tenemos el local lleno con varias mesas grandes cada noche. Es agotador para todo el equipo, pero es la facturación que nos permite cerrar bien el año”, comenta el gerente de un restaurante sobre la calle Arévalo. La planificación de la compra de insumos, la contratación de personal extra y la gestión de las reservas se vuelven tareas de una complejidad mayúscula.
Para los asistentes, la experiencia es una mezcla de alegría y obligación social. El genuino placer del reencuentro con amigos se combina con una agenda sobrecargada que a menudo implica correr de un compromiso a otro. El desafío es disfrutar del momento en medio de locales ruidosos y atestados, donde mantener una conversación a veces requiere un esfuerzo extra.
Sin embargo, el ritual se cumple, porque la “despedida” es un acto de cierre de ciclo necesario, un momento para el balance, las anécdotas y los buenos deseos para el año que comienza.
Pero esta fiesta permanente tiene una contracara que viven a diario los vecinos del barrio. El caos de tránsito se agudiza por los autos estacionados en doble fila, la contaminación sonora se extiende hasta altas horas de la noche, y el espacio público se ve saturado. “Es imposible dormir antes de las 2 de la mañana. La música, los gritos de la gente en la vereda… Entiendo que los negocios tienen que trabajar, pero debería haber más control y más respeto por los que vivimos acá”, se queja un residente de un edificio sobre la calle Fitz Roy. Este conflicto de intereses entre la actividad comercial y el derecho al descanso es una tensión histórica en Palermo que, durante diciembre, alcanza su punto más álgido. Una vez más, el barrio más festivo de la ciudad expone su compleja dualidad.
