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Picadas nocturnas en Figueroa Alcorta: vecinos denuncian ruidos y peligro en los Bosques de Palermo

Vecinos de la zona de los Bosques de Palermo volvieron a manifestar su preocupación por las picadas ilegales que se realizan durante la madrugada sobre la Avenida Figueroa Alcorta, especialmente en el tramo que va desde el Rosedal hasta Avenida Sarmiento. A través de redes sociales, grupos vecinales y llamados al 147, residentes de la zona denunciaron el aumento de la actividad nocturna de motocicletas y autos circulando a alta velocidad, con maniobras peligrosas y ruidos que impiden el descanso.
Los reclamos apuntan a una franja horaria habitual entre las 2 y las 5 de la mañana, cuando grupos de conductores se reúnen en distintos puntos del parque, incluso cerca de los estacionamientos del Planetario o el puente peatonal frente al Paseo de la Infanta. “Se escuchan las aceleradas como si estuvieran adentro de casa. Es imposible dormir, y ni hablar si vivís sobre Alcorta”, denunció Ana, vecina de la zona.
La situación no es nueva, pero vecinos y vecinas coinciden en que durante las últimas semanas el fenómeno se intensificó. Algunos atribuyen esto al buen clima que se mantuvo hasta fines de mayo, que favorece la permanencia en la calle, y a la falta de controles permanentes por parte de tránsito y policía. “En épocas de elecciones parece que nadie quiere intervenir. Pero mientras tanto, nosotros no podemos descansar, y un día va a pasar una tragedia”, reclamó un comerciante de la zona.
Aunque se han realizado operativos esporádicos, los residentes señalan que las medidas no son suficientes. Muchos afirman que las patrullas aparecen de forma aislada, y que los grupos de conductores incluso avisan por WhatsApp o redes cuando hay controles. “No es un tema de seguridad vial solamente. Es ruido constante, aceleradas, bocinazos y peleas. El parque se transforma en una pista”, comentó otra vecina que prefirió no dar su nombre.
La preocupación también alcanza a quienes hacen actividad física temprano. Corredores, ciclistas y vecinos que pasean con sus perros a la mañana dicen encontrar restos de botellas, marcas de derrapes y basura acumulada. “Lo que deja la noche se nota al amanecer. Y si no fuera por los barrenderos del GCBA, esto sería un basural”, afirmó Juan, habitué de la zona del Rosedal.
Desde el Gobierno de la Ciudad no hubo un comunicado formal, pero fuentes del área de Seguridad indicaron que se están planificando nuevos operativos junto con la Policía de la Ciudad y la Agencia de Control del Espacio Público. Mientras tanto, desde las comunas se alienta a seguir denunciando y registrando cada caso a través del sistema de atención ciudadana o el Boti.
La mayoría de los vecinos no pide sanciones ejemplares ni persecuciones, sino controles permanentes que disuadan el uso del espacio público para estas actividades. Algunos propusieron incluso cerrar el tránsito en horario nocturno en ciertos tramos de Figueroa Alcorta, como se hace durante los eventos masivos. Otros sugieren la instalación de radares, cámaras o reductores de velocidad para limitar el riesgo.
Entre los vecinos, hay consenso sobre un punto clave: no se trata solo de una cuestión de seguridad, sino también de salud mental. “Dormir mal durante semanas por ruidos constantes afecta la calidad de vida. Tenemos adultos mayores, familias con bebés, personas que madrugan. Nadie está en contra de que la gente se junte a charlar en el parque, pero una cosa es convivir y otra muy distinta es convivir con picadas a 150 por hora”, explicó Laura, integrante de una agrupación vecinal.
Varios residentes están organizando una junta de firmas para presentar ante la Comuna 14 y la Defensoría del Pueblo porteña. El objetivo es que se reconozca el problema como estructural y se implemente un plan de intervención con presencia sostenida. Además, proponen abrir un canal de diálogo entre vecinos y autoridades para trabajar soluciones barriales, como horarios restringidos, luminarias más potentes, cámaras con identificación de patentes o barreras físicas que impidan el uso de la avenida como pista.
Por otro lado, algunos vecinos también señalaron la falta de propuestas alternativas para los jóvenes que participan de estas actividades. “El espacio público no se gestiona solo con multas. Hay que entender por qué Palermo se convierte en punto de encuentro a la madrugada. Tal vez porque es el único lugar amplio, iluminado, donde no los corren como en otros barrios. Eso también hay que hablarlo”, dijo un sociólogo que vive en la zona y trabaja con jóvenes en situación de calle.
La situación genera división también entre los propios vecinos. Algunos reclaman tolerancia y advierten sobre una mirada estigmatizante hacia los jóvenes que usan el parque por fuera del circuito habitual. Otros, en cambio, sostienen que la libertad termina cuando pone en riesgo a los demás. En cualquier caso, todos coinciden en que el silencio de las autoridades no ayuda a resolver un conflicto que se agrava con el paso de los fines de semana.
La tensión entre descanso, uso recreativo y control del espacio urbano no es nueva en Buenos Aires, pero en Palermo se vuelve especialmente visible. La convivencia entre miles de personas, entre lo residencial, lo turístico y lo recreativo, requiere de normas claras, pero también de una gestión sensible y presente.
